Respirar y comer



Me he tragado tu nombre. Y se ha tatuado en mis vísceras. Desde dentro, el carboncillo de las letras aflora en mi piel. Ahora, frente al espejo, me aseguro de que sea legible. Mientras tanto me repito: -no se te olvide respirar-.


Carlos Orta (Linares, Jaén, 1972) ha tatuado sus papeles desde el interior y en la superficie. Pintura junto a dibujo se superponen autónomos simultaneando decenas de acciones, haciendo papiroflexia con el proceso plástico. No hay una jerarquía estricta que ordene soporte, líneas y brochazos, sino que laten tramados con idéntico valor. Las preferencias entre lenguajes se desenfocan al mismo tiempo que la distancia entre lo artístico y lo cotidiano. Así, materiales industriales y una figuración desmadejada hacen que pintar se convierta en un diario al que se le transparentan las hojas. Caligrafías que guardan la intensidad de los días sucedidos, advertidas de su frágil consistencia.


Sobre las páginas se acumulan siluetas orgánicas y capas de color. A la deriva, palabras murmuradas se materializan en filacterias actuales. Y se oye el ritmo de una respiración que pinta y dibuja: El aura que desprenden las piezas artísticas no parece sino un préstamo del autor que las generó.
Su actividad sobre la materia sedimenta una energía que, en este caso, queda bien al descubierto. Tal vez ahí radique la cualidad de lo artístico; en la huella rastreable de la acción humana.

Texto: Joaquín Peña-Toro.